Tuesday 5 April 2011

Filosofía pasajera.

Las gotas siguen resbalando por el cristal, haciendo pequeñas carreras entre ellas. Suelen hacerme gracia, son tan infantiles...pero hoy no, hoy parecen lágrimas. Parece que el cielo llora conmigo en silencio. Llora conmigo y con todos los que piensan como yo. Situémonos.
Miércoles 30 de marzo. Son alrededor de las nueve y media de la noche. Estoy en la autopista, de copiloto en un coche frio y completamente en silencio. Un atasco enorme. Luces. El mar que contrasta a la derecha, las montañas que quieren arroparnos, hasta la Luna curiosa parece que se ladea para ver lo que pasa.
Un accidente. Un accidente por culpa de... ¿qué? Probablemente, en esta ocasión, de la lluvia mezclada o con las prisas de volver a casa porque se hace tarde. Pitas retumban en todas partes. ¿Qué se arregla con eso? Molestar. Si acaso, hacernos notar que estamos ahí. Poco a poco nos vamos acercando. Me equivoqué. Oímos decir por la radio que el conductor iba lo que se dice alegre. Alegre... ¿alegre es darte a la fuga y dejar a una persona muerta? A saber si esa persona tenía hijos y quería regresar de una dura jornada de cafés, reuniones, trabajos. Quién sabe, a lo mejor estaba a punto de casarse, o de hacer el viaje de su vida. Tal vez viviera sólo. Vivía solo pero el no eligió morir.
Seguimos de largo y el atasco desaparece. Llueve más fuerte y mi madre acelera.

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